Era una tarde lluviosa en la que el sol había desaparecido para dejar paso a las nubes. Cuando los dos se encontraron y se dedicaron la primera mirada de la tarde sabían que no iba bien, que esa sería su última tarde. No había que buscar ninguna explicación y tampoco culpables, pues sabían que la relación no había tenido futuro desde el principio. Había sido un juego destructivo de dos almas perdidas que desde el comienzo del camino pudieron contemplar el final. Simplemente se dejaron llevar por el sentimiento de no querer estar solos y esto había conducido a Max y a Layla a iniciar algo que carecía de sentido por una sencilla razón: nunca hubo amor.
El silencio quemaba y se hacia incómodo.-Bueno,¿qué tal el día?-pregunto él.
-Supongo que bien.Un viernes normal, ya sabes, lo de siempre: me levanto a las siete, me voy al instituto, las clases, llego a casa a las tres, como y luego quedo contigo.-Se podía notar hasta la monotonía en su voz-¿Y tú qué tal?
-Yo bien. Salí del trabajo un poco más tarde de lo normal y por eso no pude llamarte antes.
Deambularon por la calle hasta llegar a Bohemia, el pub donde quedaron por primera vez. Entraron y se sentaron en una mesa que se encontraba al lado de una gran ventana.
-Hola Max,hola Layla-saludo Peter,el camarero-¿Qué tomareis?
-Yo un cappuccino.
-Y yo chocolate.
A los minutos apareció ese dichoso silencio. Layla miraba por la ventana observando como caía la lluvia y como los transeúntes se iban a los soportales para refugiarse.
Layla rompió el silencio
-Nunca hubo un nosotros,solo un tú y un yo por separado. Yo nunca habría viajado hasta el fin del mundo para buscarte,para encontrarte. Jamás habría bajado a los mismísmos infiernos para salvarte. Y desde luego, tú nunca me subiste al cielo. Adiós Max. Cuidate
Después de estas duras,pero ciertas, palabras,dejó el dinero de su cappuccino, cogió el bolso y se marchó.